viernes, 13 de febrero de 2009

Hay días que no sabes si te has levantado con el pie izquierdo o con el derecho. No sabes si quiera si has puesto los dos a la vez en el suelo o no.

La apatía se hace cargo de tu vida por momentos. El sol brilla menos hoy, pero la oscuridad no es tampoco completamente negra. No sabes qué quieres. No sabes qué sientes. Y sea lo que sea no te gusta.

Pero callas. Y el que calla otorga. ¿Qué vas a decir? No sabes ni qué decirte a ti misma. No sabes qué responder a las mil preguntas que tú misma te planteas. Y el anhelo de desaparecer crece por momentos.

La soledad toma las riendas y el control. No lo entiendes. No lo entienden. Y una vez más, el silencio.

Notas como todo va degenerando, cambiando a un ritmo acelerado y brutal. No te gusta. Pero no puedes hacer nada, no quieres hacer nada. Y aunque quisieras, te faltan fuerzas.

Cada mínimo detalle, cada pequeña cosa, te afecta sobremanera. Tú ya no eres tú. Y entonces aparece el miedo. Por todo y por nada. Poco a poco toma las riendas. Y sientes que todo está perdido. Que nada vale la pena.




Un día así es solo un día. Pero ¿y cuando se juntan muchos, durante mucho tiempo?

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