lunes, 3 de agosto de 2009

Lágrimas


Mi mamá siempre decía que cuando era pequeña le encantaba llorar, porque le dejaba los ojos claros como el agua, preciosos. Yo después de esos ratos en los que mis lágrimas se precipitan al vacío, reniego de mirarme al espejo. Donde antes mis ojos eran blancos, hay ahora unas lineas rojas horribles. Donde antes había unas ligeras ojeras, apenas perceptibles, ahora encuentro unos párpados hinchados que, junto con unas mejillas más sonrosadas de lo habitual y unos surcos de agua que las atraviesan, me dan un aspecto un tanto deforme.

Tal vez el Jorobado de Notredame no fuera más que un niño llorica que la leyenda transformó en un ser amorfo, odiado y temido por quienes habitaban el Paris de aquellos tiempos. La imaginación da para mucho y la exageración no es un arte que dominen solo los andaluces (un tópico más, como otros muchos).

No sé, quizá no tenga verdaderos motivos para llorar. Igual ese es el problema, que me siento culpable conmigo misma por desperdiciar el tiempo en esas niñerias. Pero, siendo completamente sincera, no lo puedo evitar. Desearía ser más fría, más distante hasta con mis propios sentimientos. Pero no puedo, no soy capaz. Si me enfado, me enfado, si estoy contenta estoy contenta, pero si me entristezco o me conmuevo... lloro. Y entonces se me deforma la cara... y lloro todavía más.