- (...) Me gustaría empezar preguntándole qué es para usted la fe.
Cavilé unos instantes.
- Nunca he sido una persona religiosa. Más que
creer o descreer, dudo. La duda es mi fe.
- Muy prudente y muy burgués. Pero echando balones
fuera no se gana el partido. ¿Por qué diría usted que creencias de todo tipo
aparecen y desaparecen a lo largo de la historia?
- No lo sé. Supongo que por factores sociales,
económicos o políticos. Habla usted con alguien que dejó de ir a la escuela a
los diez años. La historia no es mi fuerte.
- La historia es el vertedero de la biología,
Martín.
- Me parece que el día que daban esa lección no
fui a clase.
- Esa lección no la dan en las aulas, Martín. Esa lección
nos la dan la razón y la observación de la realidad. Esa lección es la que
nadie quiere aprender y, por tanto, la que mejor debemos analizar para poder
hacer bien nuestro trabajo. Toda oportunidad de negocio parte de una
incapacidad ajena de resolver un problema simple e inevitable.
- ¿Hablamos de religión o de economía?
- Elija usted la nomenclatura.
- Si le estoy entendiendo bien, usted sugiere que
la fe, el acto de creer en mitos o ideologías o leyendas sobrenaturales, es
consecuencia de la biología.
- Ni más ni menos.
- Una visión un tanto cínica para provenir de un
editor de textos religiosos – apunté.
- Una visión profesional y desapasionada – matizó Corelli
-. El ser humano cree como respira, para sobrevivir.
- ¿Esa teoría es suya?
- No es una teoría, es una estadística.
- Se me ocurre que tres cuartas partes del mundo,
por lo menos, estarían en desacuerdo con esa afirmación – apunté.
- Por supuesto. Si estuviesen de acuerdo, no
serían creyentes potenciales. A nadie se le puede convencer de verdad de lo que
no necesita creer por imperativo biológico.
- ¿Sugiere usted entonces que está en nuestra
naturaleza vivir engañados?
- Está en nuestra naturaleza sobrevivir. La fe es
una respuesta instintiva a aspectos de la existencia que no podemos explicar de
otro modo, bien sea el vacío moral que percibimos en el universo, la certeza de
la muerte, el misterio del origen de las cosas o el sentido de nuestra propia
vida, o la ausencia de él. Son aspectos elementales y de extraordinaria
sencillez, pero nuestras propias limitaciones nos impiden responder de un modo
inequívoco a esas preguntas y por ese motivo generamos, como defensa, una
respuesta emocional. Es simple y pura biología.
- Según usted, entonces, todas las creencias o
ideales no serían más que una ficción.
- Toda interpretación u observación de la realidad
lo es por necesidad. En este caso, el problema radica en que el hombre es un
animal moral abandonado en un universo amoral y condenado a una existencia
finita y sin otro significado que perpetuar el ciclo natural de la especie. Es imposible
sobrevivir en un estado prolongado de realidad, al menos para un ser humano. Pasamos
buena parte de nuestras vidas soñando, sobre todo cuando estamos despiertos. Como
digo, simple biología.
Suspiré.
- Y después de todo esto, quiere usted que me
invente una fábula que haga caer de rodillas a los incautos y los persuada de
que han visto la luz, de que hay algo en lo que creer, por lo que vivir y por
lo que morir e incluso matar.
- Exactamente. No le pido que invente nada que no
esté inventado ya, de una u otra forma. Le pido simplemente que me ayude a dar
de beber al sediento.
- Un propósito loable y piadoso – ironicé.
- No, una simple propuesta comercial. La naturaleza
es un gran mercado libre. La ley de la oferta y la demanda es un hecho
molecular.
- Tal vez debería usted buscar a un intelectual
para esta labor. Hablando de hechos moleculares y mercantiles, le aseguro que
la mayoría no han visto cien mil francos juntos en toda su vida y apuesto a que
estarán dispuestos a venderse el alma, o a inventársela, por una fracción de
esa cantidad.
"El Juego del Ángel" Carlos Ruiz Zafón