sábado, 6 de junio de 2009

Príncipes


Hola... ¿cómo estás? Oye... mírame, por favor... ¿No? Bueno... pues no me mires... Raúl, yo... Éramos dos niños jugando a ser príncipe y princesa, ¿lo entiendes verdad? Aquellos años fueron... fueron magia, fueron descubrir el mundo de tu mano, fue ver el cielo en tus ojos y la brisa en tu abrazo, fue el sabor del mar en nuestros labios y la esperanza en un mañana cargado de promesas, de... de nosotros. Pero fueron también años de mentiras, de caminos de rosas, de tallos con las espinas cortadas para no hacernos ni un rasguño. Fueron años de seguridades, de verdades absolutas, de padres todopoderosos. Años pasados por agua, secados en pañuelos de seda y dormidos en un cajón de fotos. ¿Y ahora? Ahora todo eso no existe. Ahora solo quedamos nosotros. Solos, desprotegidos, sin velos en los ojos, sin voces de conciencia paterna, sin mentiras piadosas que nos hagan caer en colchones mullidos de plumas. ¿Que queda de todo aquel tiempo? ¿Recuerdas acaso la sensación al correr despreocupado por un parque para abrazar a tu primo mayor al tiempo que te comías una de aquellas enormes piruletas de colores chillones? ¿Y la sensación de euforia al encontrar un caracol en la puerta de la entrada? ¿O la pillería cuando le decías a tus padres que el bombón no te lo habías comido tu? Y... ¿y recuerdas las ganas que tenías de crecer, de alejarte de todo aquello, de vivir tu vida? ¿O eso también lo has olvidado? Pues todo llega, Raúl, y nosotros, principe y princesa de un cuento imaginario lleno de medias verdades, ya no somos más que dos adultos perdidos en este mar de incertudimbre. Tú y yo, que antes fuimos nosotros, no somos más que dos desconocidos que se miran y se ven reflejados en los ojos de un extraño. No me odies, no me odies por verbalizar lo que ambos pensamos, lo que ambos sabemos. Porque sé que tú, tan bien como yo, te has dado cuenta hace mucho tiempo. El silencio no nos acarreará más que dolor. No me odies Raúl, no me odies... Esta maleta no es otra cosa que la materialización de lo que ambos presentíamos al principio, sentíamos después y comprobabamos en los últimos meses... Te querré siempre, mi principe encantado, y no quiero manchar ese sentimiento tan puro con rencor, rabia y dolor. Quiero mantenerlo intacto en mi memoria, poder palparlo como siempre he hecho, poder impregnarme en él, poder olerlo, respirarlo, fundirme con él. Y para eso necesito alejarme de tí, ¡vaya ironía! Tal vez algún día todo vuelva a ser como al principio, dicen que los viejos son como los niños, tal vez entonces, con setenta años, vuelva a llamar a tu puerta y te pida otro de aquellos primeros besos que me robaste en el portal de casa. Y puede que entonces nuestros sueños, inocentes ilusos, se hagan por fin realidad y tu y yo volvamos a ser nosotros. Pero ahora, ahora Raúl no queda nada de aquello que un día me susurraste al oído, ni de aquello que me prometías entre risas y juegos. Nada. Eso es lo que encuentro cuando miro nuestro futuro, eso es lo que mis ojos, y los tuyos, que miran en la misma dirección, se encuentran ahí delante. Y la nada asusta, es un vacío demasiado grande, que tiñe de negro todo sentimiento hermoso, hasta el más puro y sincero primer amor. Hasta luego príncipe, no me odies, no me odies...

No hay comentarios:

Publicar un comentario